Yo estaba trabajando los pingüinos, tranquilito, con mi trípode, un tele corto, f/11 , 1/100, perfecto. En eso que oigo un rugido a mi izquierda: miro en esa dirección y veo a un macho de elefante marino que se levanta y empieza a rugir como loco. Me imagino lo que va a pasar y cuando miro a mi derecha se confirman mis sospechas: otro gran macho se levanta y le responde con más rugidos. Todo ese protocolo suele terminar en un choque brutal de dos masas de gran tonelaje. ¡Y yo estaba en medio!
Rápidamente agarro el equipo y retrocedo unos metros, mientras ellos se acercan rugiendo para preparar la batalla.
A pesar de tenerlos a contra luz me pongo a hacer fotos, sin perder tiempo en modificar los ajustes de la cámara. Uno de ellos se abalanza sobre el otro con la bocota abierta -click. El otro responde -click. Se separan, rugen, se vuelven a enfrentar, y el más grande propina un mordisco brutal en el cuello de su oponente.
La expresión de ambos tiene una fuerza tremenda: el grito de dolor frente a la mirada dura de unos ojos inyectados en sangre.
Todo acaba en unos minutos, y terminan retrocediendo sobre sus pasos para recuperar sus posiciones iniciales. Yo, todavía con el corazón en un puño, rezo para que al menos una foto haya quedado bien. Y me alegro de haber tenido los reflejos suficientes para haberme podido apartar a tiempo del campo de batalla.
Rápidamente agarro el equipo y retrocedo unos metros, mientras ellos se acercan rugiendo para preparar la batalla.
A pesar de tenerlos a contra luz me pongo a hacer fotos, sin perder tiempo en modificar los ajustes de la cámara. Uno de ellos se abalanza sobre el otro con la bocota abierta -click. El otro responde -click. Se separan, rugen, se vuelven a enfrentar, y el más grande propina un mordisco brutal en el cuello de su oponente.
La expresión de ambos tiene una fuerza tremenda: el grito de dolor frente a la mirada dura de unos ojos inyectados en sangre.
Todo acaba en unos minutos, y terminan retrocediendo sobre sus pasos para recuperar sus posiciones iniciales. Yo, todavía con el corazón en un puño, rezo para que al menos una foto haya quedado bien. Y me alegro de haber tenido los reflejos suficientes para haberme podido apartar a tiempo del campo de batalla.