El escultor (Amancio Gonzalez) cuenta que el nombre, 'Vieja negrilla', lo tomó "de un árbol gigante que hay en Villahibiera de Rueda, el pueblo de mi infancia, y que en realidad es un olmo pero aquí, en León, a los olmos se les llama 'negrillos' y cuando alguno de ellos se hace muy grande entonces se les llama 'negrillas' o 'negrillones', como en Boñar".
El árbol de sus recuerdos era muy viejo, "en el pueblo siempre se decía que tenía más de 500 años, y era tan grande que entre cuatro personas apenas lo abarcaban, pero su interior estaba hueco y cuando yo era pequeño jugaba con otros niños a acceder a su interior, a través de un agujero que tiene, y subíamos a su copa desde dentro, y así pasábamos muchas tardes y ratos, jugando allí".
Años después se extendió por toda Europa la 'grafiosis', una enfermedad que afecta solo al 'olmus nigra', "un hongo cruel que se cuela en el árbol e impide que la savia llegue a las hojas". Al olmo de Villahibiera también le afectó la grafiosis y Amancio recuerda que "su muerte fue lenta, de asfixia".
Sin embargo, la relación de la escultura de Santo Domingo con la negrilla de Villahibiera se le ocurrió a Amancio años después de haber realizado la segunda versión de la pieza, en bronce, con la idea de que los niños pudieran subirse a ella, sin peligro, y jugar como él jugaba en su pueblo, metiéndose dentro del viejo olmo.
"El acceso a la figura, como si te fueras a introducir en aquel árbol, está claro. Uno de los grandes brazos de esta escultura descansa sobre el suelo y sus dedos que miran hacia el sol simbolizan los últimos brotes, el último aliento, el gigante que se agarra a la vida. Su otro brazo, el que impide el paso, tiene los dedos mirando hacia la tierra, la señalan, simbolizan las raíces, quieren clavarse en ella pero no pueden". Y añade el artista leonés: "Parece que este gigante siempre está triste pero es mentira, a los niños ya les digo yo que se fijen bien, ya que si se suben a él verán como cambia su rostro".
Fuente: El Mundo
EXIF Summary: 1/250s f/2.8 ISO200 18mm (35mm eq:27mm)
El árbol de sus recuerdos era muy viejo, "en el pueblo siempre se decía que tenía más de 500 años, y era tan grande que entre cuatro personas apenas lo abarcaban, pero su interior estaba hueco y cuando yo era pequeño jugaba con otros niños a acceder a su interior, a través de un agujero que tiene, y subíamos a su copa desde dentro, y así pasábamos muchas tardes y ratos, jugando allí".
Años después se extendió por toda Europa la 'grafiosis', una enfermedad que afecta solo al 'olmus nigra', "un hongo cruel que se cuela en el árbol e impide que la savia llegue a las hojas". Al olmo de Villahibiera también le afectó la grafiosis y Amancio recuerda que "su muerte fue lenta, de asfixia".
Sin embargo, la relación de la escultura de Santo Domingo con la negrilla de Villahibiera se le ocurrió a Amancio años después de haber realizado la segunda versión de la pieza, en bronce, con la idea de que los niños pudieran subirse a ella, sin peligro, y jugar como él jugaba en su pueblo, metiéndose dentro del viejo olmo.
"El acceso a la figura, como si te fueras a introducir en aquel árbol, está claro. Uno de los grandes brazos de esta escultura descansa sobre el suelo y sus dedos que miran hacia el sol simbolizan los últimos brotes, el último aliento, el gigante que se agarra a la vida. Su otro brazo, el que impide el paso, tiene los dedos mirando hacia la tierra, la señalan, simbolizan las raíces, quieren clavarse en ella pero no pueden". Y añade el artista leonés: "Parece que este gigante siempre está triste pero es mentira, a los niños ya les digo yo que se fijen bien, ya que si se suben a él verán como cambia su rostro".
Fuente: El Mundo
EXIF Summary: 1/250s f/2.8 ISO200 18mm (35mm eq:27mm)