Mientras siga en pie el Coliseo, seguirá en pie Roma", decía allá por el siglo VIII el monje inglés Beda el Venerable. Sus palabras atravesaron más de mil años: el Anfiteatro Flavio, más conocido como el Coliseo, sigue siendo aún hoy el gran símbolo de la ciudad de Roma, después de haber sobrevivido al tiempo, a los terremotos, a los saqueos y hasta a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
Al entrar, es difícil no sentirse un gladiador, rodeado de una multitud que vocifera mientras los luchadores afilan sus armas y los cristianos y las bestias esperan la muerte. Recorriendo estas ruinas inmensas uno cree sentir los gritos de euforia y los abucheos, la sangre de los prisioneros y la fastuosidad del imperio.
Un camino de piedras -el mismo por el que pasaban los carruajes hace casi 2 mil años- lleva al acceso principal y aparece el Coliseo en todo su esplendor, con sus hermosas columnas, dóricas en el primer piso, jónicas en el segundo y corintias en el tercero, los 80 arcos de las galerías y los restos de los inmensos muros, que fueron hechos de mármol travertino. Hay tres niveles de graderías superpuestas, cada uno era reservado para diferentes clases sociales, más un cuarto piso de madera para espectadores de pie.
Construido por el emperador Vespasiano en el año 72 dC., el Coliseo fue inaugurado por Tito en el 80. Allí se celebraban combates a muerte de gladiadores y animales salvajes, carreras de carros, ejecuciones de condenados, todos programas sangrientos que eran presenciados por más de 50.000 almas enardecidas. La entrada era gratis, los espectáculos comenzaban al amanecer y a veces se extendían hasta la noche. Con Constantino en el poder y el cristianismo como religión oficial, las luchas a muerte en el 523, fueron prohibidas.
Despues el coliseum quedo abandonado, como tantos otros monumentos de los tiempos del imperio, y sus piedras y estatuas saqueadas para construir otros edificios. Hacia el 1700, fue consagrado iglesia pública en memoria de los mártires cristianos que allí murieron.
Un punto impactante del recorrido es una plataforma desde la que se ve parte de la arena y un semicírculo descubierto que muestra los pasadizos, mazmorras y jaulas para condenados y animales que había debajo del ruedo. Un horror del pasado que tiene su contrapartida en nuestros tiempos con un espectáculo que pone la piel de gallina: algunas noches, y en fechas significativas, el Coliseo se ilumina totalmente con una luz dorada para pedir por la abolición de la pena de muerte en el mundo.
Al entrar, es difícil no sentirse un gladiador, rodeado de una multitud que vocifera mientras los luchadores afilan sus armas y los cristianos y las bestias esperan la muerte. Recorriendo estas ruinas inmensas uno cree sentir los gritos de euforia y los abucheos, la sangre de los prisioneros y la fastuosidad del imperio.
Un camino de piedras -el mismo por el que pasaban los carruajes hace casi 2 mil años- lleva al acceso principal y aparece el Coliseo en todo su esplendor, con sus hermosas columnas, dóricas en el primer piso, jónicas en el segundo y corintias en el tercero, los 80 arcos de las galerías y los restos de los inmensos muros, que fueron hechos de mármol travertino. Hay tres niveles de graderías superpuestas, cada uno era reservado para diferentes clases sociales, más un cuarto piso de madera para espectadores de pie.
Construido por el emperador Vespasiano en el año 72 dC., el Coliseo fue inaugurado por Tito en el 80. Allí se celebraban combates a muerte de gladiadores y animales salvajes, carreras de carros, ejecuciones de condenados, todos programas sangrientos que eran presenciados por más de 50.000 almas enardecidas. La entrada era gratis, los espectáculos comenzaban al amanecer y a veces se extendían hasta la noche. Con Constantino en el poder y el cristianismo como religión oficial, las luchas a muerte en el 523, fueron prohibidas.
Despues el coliseum quedo abandonado, como tantos otros monumentos de los tiempos del imperio, y sus piedras y estatuas saqueadas para construir otros edificios. Hacia el 1700, fue consagrado iglesia pública en memoria de los mártires cristianos que allí murieron.
Un punto impactante del recorrido es una plataforma desde la que se ve parte de la arena y un semicírculo descubierto que muestra los pasadizos, mazmorras y jaulas para condenados y animales que había debajo del ruedo. Un horror del pasado que tiene su contrapartida en nuestros tiempos con un espectáculo que pone la piel de gallina: algunas noches, y en fechas significativas, el Coliseo se ilumina totalmente con una luz dorada para pedir por la abolición de la pena de muerte en el mundo.