EL THAELMAN A LAS ROZAS
El día 4 de enero de 1937 el frente republicano en el noroeste de Madrid parece venirse abajo irremediablemente. La ofensiva franquista dirigida por el general Orgaz resulta imparable. La Columna Asensio conquista Majadahonda, la de Buruaga toma el vértice Cristo, Barrón ocupa el cruce de carreteras al suroeste de Las Rozas e Iruretagoyena, tras conquistar Villanueva del Pardillo se extiende dirección este para contactar con las tropas de Barrón. La carretera de La Coruña ha sido cortada en diferentes puntos y las columnas franquistas se disponen a converger hacia la capital. Mientras, la columna de García-Escaméz presiona con fuerza en el sector de Pozuelo esperando la llegada del resto de columnas para lanzarse al asalto definitivo.
El general Miaja y su Jefe de Estado Mayor, Vicente Rojo, se esfuerzan por restablecer la situación. Las fuerzas de las que disponen están muy castigadas por los combates. Algunos batallones se encuentran dispersos y desorganizados y con otros se han perdido las comunicaciones. La situación es caótica. En Pozuelo se confía en la XXXVIII Brigada Mixta, pero más al oeste el panorama es totalmente desolador. Parece que los hombres del Campesino resisten en Las Rozas, pero la XI Brigada Internacional pierde terreno y comienza a verse desbordada en el sector del Plantío y el bosque de Remisa. Para colmo de males, la Junta de Defensa informa que las municiones se agotan. Miaja decide enviar a las líneas de fuego cartuchos de fogueo, piensa que mientras se escuchen detonaciones, los atacantes creerán que les disparan y los defensores seguirán en sus puestos. Se pide desesperadamente refuerzos de otros frentes, pero es difícil que estos puedan llegar a tiempo. Hay que apañarse con lo que se tiene.
El mal tiempo y la niebla del día 5 es aprovechada por Orgaz para consolidar sus posiciones y reorganizar las columnas. Iruretagoyena se sitúa en plan defensivo por el terreno conquistado. García-Escaméz mantiene su ataque sobre Pozuelo. Mientras, Buruaga, Asensio y Barrón se preparan para converger hacia Madrid en una acción de tipo "Blitzkrieg" ("guerra relámpago") a pequeña escala, que los mandos alemanes del bando franquista asesoraron y siguieron muy atentamente, y que tan espectaculares resultados daría en la II ª Guerra Mundial años más tarde.
El mando republicano intenta poner orden en el desorden. Para afrontar el problema de las municiones se ordena entregar a los combatientes una dotación de 20 cartuchos en vez de los 300 reglamentarios y se prohíbe disparar hasta que el enemigo se encuentre a tiro seguro. La consigan es resistir a toda costa. El 7 de enero, el batallón Thaelman, integrado desde finales de noviembre en la XI Brigada Internacional, recibe la orden de ocupar posiciones en la carretera de La Coruña, en algún punto difícil de precisar hoy, en el sector de Las Rozas, en torno al Plantío. La orden era: "No retirarse ni un centímetro en ningún caso". Unos 600 hombres, en su mayoría alemanes, ocupan las diferentes líneas de trincheras y accidentes del terreno que conforman la posición a defender y, en tenso silencio, aguardan al enemigo.
Aquí había concentrado Orgaz todos los tanques de su ejército con la esperanza de servirse de la carretera de La Coruña para avanzar rápidamente hacia el este, en dirección a la capital. En este punto se encontraban también concentradas en masa las baterías de la Legión Cóndor alemana. Cuando los mandos republicanos son informados de esta situación por sus enlaces, emiten una orden para que el Batallón Thaelman se retire unos cientos de metros a posiciones más defendibles frente al tremendo ataque que el enemigo está preparando. Pero las comunicaciones son lentas. La orden de repliegue no llega a tiempo y el Batallón Thealman queda aislado de su retaguardia y rodeado por el enemigo.
Cuando los internacionales son conscientes de su crítica situación, deciden cumplir a rajatabla la orden de resistir a toda costa. No han venido a España para rendirse y ser fusilados o entregados a la policía política alemana. Están aquí para luchar. Tras años de persecución política y exilio obligado por la llegada de Hitler al poder, han encontrado en España el lugar donde saldar viejas cuentas con el fascismo. No en balde, el batallón ha sido bautizado con el nombre de Ernst Thäelmann, político alemán detenido por la Gestapo en 1933 y que, en 1944, sería fusilado tras más de 11 años de prisión. Si tienen que morir, lo harán combatiendo, vendiendo cara la vida.
La ofensiva franquista comienza con el bombardeo de la aviación y una intensa preparación artillera. Tras eternos minutos de explosiones y metrallas, el fuego cesa. Por un momento el silencio parece cubrirlo todo. De repente, de las trincheras del Thaelman, donde las bombas parecen no haber dejado a nadie con vida, se comienza a escuchar una voz. Al principio casi no se percibe, pero poco a poco, otras gargantas se van sumando a la primera. Es una canción, un viejo himno revolucionario alemán que los soldados de la Legión Cóndor entienden bien. Como un rugido que sale de las trincheras, los internacionales, con sus canciones, gritan al cielo en su lengua que están ahí, dispuestos a morir matando.
Lo que sucede a continuación sólo los protagonistas podrían contarlo adecuadamente. Durante 24 horas el Batallón Thaelman, armados con fusiles, ametralladoras y bombas de mano van a resistir el empuje de la formidable columna enemiga. Los carros blindados y las fuerzas de choque marroquíes y legionarias, no consiguen hacerse con la posición de los brigadistas. Los defensores rechazan una y otra vez a los asaltantes que llegan hasta sus líneas. A los carros de combate se les frena a base de bombas de manos. Se atan 4 o 5 granadas y suicidamente rectan intentando no ser vistos hasta que tienen al tanque a tiro, entonces lanzan sus cargas explosivas. Muchos caen muertos, cosidos a balazos por las armas automáticas, pero otros consiguen dejar fuera de combate a varios blindados.
El cansancio, el frío, la muerte y las heridas, van haciendo mella entre los internacionales. Las primeras trincheras son ocupadas por los moros, que hacen una carnicería entre los heridos. Con sus gritos de guerra, los norteafricanos intentan minar la moral de los alemanes. La situación se comienza a hacer crítica cuando comienzan a escasear las municiones. Al ver que los tiros disminuyen, los regulares se lanzan al asalto. Es la hora de la lucha cuerpo a cuerpo, de las bombas de mano, de las bayonetas. El momento en el que se muere y se mata a centímetros del enemigo. Con disparos a quemarropa, con las armas blancas, con los puños, con los dientes, con las uñas… La rabia y el horror lo inundan todo y, sin saber muy bien como, los alemanes hacen retroceder a los asaltantes.
Las trincheras están repletas de cadáveres de amigos y enemigos, de heridos que se retuercen de dolor, de sangre propia y ajena. Con las armas y municiones que el enemigo ha perdido o abandonado se continuará la lucha, se aguantará el próximo asalto, sin esperanza ya, de manera desesperada y salvaje. Así horas y horas, el día y la noche, hasta que a la mañana siguiente, convertidas las trincheras en un dantesco cuadro, las fuerzas de Líster consiguen romper el cerco franquista y llegar hasta la posición defendida por los alemanes.
Texto de el blog frente de batalla.
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